Por un eco-descanso
En mar, páramo o selva hay que portarse a la altura y respetar a nuestro anfitrión: el ecosistema.
En la playa, la basura en su lugar
Los 6 millones de toneladas de basura que le caen al océano cada año, llevan al aumento de zonas muertas en sus profundidades, donde ya no hay oxígeno y la vida marina es escasa. Ya se han identificado cerca de 400 áreas de este tipo en todo el mundo, según explica el Instituto de investigaciones marinas y costeras (Invemar).
Es verdad, al mar le arrojan desechos de todo tipo, desde chancletas y zapatos de cuero, electrodomésticos, muebles y cigarrillos, hasta partes de celulares. Esos residuos afectan la vida de los peces, de los crustáceos y los manglares. Por ejemplo, las tortugas suelen confundir las bolsas plásticas con medusas, su principal alimento, y cuando las tragan bloquean su digestión y terminan muriendo de manera lenta y dolorosa.
Por eso, una regla de oro si va a una playa a disfrutar de sus vacaciones es evitar, de cualquier manera, que un paquete de papas, una lata de cerveza, una botella de agua o cualquier desperdicio que produzca mientras se asolea (como el empaque vacío del bronceador) caiga al mar.
No se convierta en otro de sus verdugos. Un consejo fácil de aplicar: recoja y acumule los desperdicios en una bolsa y luego llévelos a una de las canecas del hotel o de una calle cercana. Puede hacer lo mismo si viaja en un yate o en una canoa. Esto también aplica si decide estrenar el año, ya no en Cartagena, sino en los Llanos o en Santander, con un baño de río. Recuerde que todo lo que cae a los caudales, irremediablemente termina vertido en el Atlántico o el Pacífico.
No podemos seguir pensando que el mar se lo puede llevar todo. Es cierto que él dispersa, diluye y degrada, pero tiene un límite, que está casi copado.
En la caminata ecológica, no corte el frailejón
En vacaciones no falta la salida a la montaña. O al páramo. Pero ojo, precisamente el turismo ecológico desordenado, que no acata reglas, se ha vuelto una de las amenazas de estas esponjas gigantes, que acumulan el agua que luego usamos. Por eso la primera regla es: no corte ni rompa las plantas; admírelas de cerca, tómeles fotos, tóquelas, pero no las corte con la excusa de que va a sembrar el famoso 'piecito' en el jardín de su casa. Las plantas del páramo solo se reproducen a más de 3.200 metros de altura, nunca lo harán en su patio. Los frailejones, por ejemplo, crecen un centímetro al año, y seguramente va a encontrar muchos que lo superarán en estatura. Haga cuentas del tiempo que esa planta puede llevar allí, nada justifica dañarla.
Otra norma para ayudar a preservar, es que rechace de plano la clásica fogata que se prende al lado de la laguna. Esto no hace sino incrementar las posibilidades de un incendio forestal en plena zona protegida.
Así también en lo posible no recorra el lugar a caballo (salida al páramo que se respete, lamentablemente también incluye una cabalgata). El peso de los animales compacta el suelo y reduce su condición para absorber agua. Intente conocerlo a pie y por un sendero demarcado.
Consejos para el viajero verde
* Si organiza un camping, asegúrese de recoger las botellas de vidrio. Cuando quedan esparcidas por alguna zona, ayudan a la propagación de incendios forestales.
* Piense en la posibilidad de comprar baterías recargables para llevar a los paseos. Esto reduce el gasto de pilas tradicionales, que muchas veces no pueden desecharse adecuadamente y terminan en los rellenos sanitarios o en botaderos a cielo abierto.
* Si va a pasar una temporada fuera de su casa, recuerde desconectar los aparatos electrónicos para ahorrar energía.
* Evite llevar al campo o a la playa productos de aseo en aerosol. Muchos de ellos siguen conteniendo sustancias agotadoras de la capa de ozono o que aumentan el efecto invernadero.
* A la hora de viajar por tierra y en familia, evite las famosas caravanas. Por ejemplo, si ocho personas van a viajar en tres carros, traten de acomodarse en dos.
* Las vacaciones aumentan el uso de los sistemas de aire acondicionado. Por eso, cuando lo encienda, cierre la puerta de la habitación para que esta permanezca fría y no deba prenderlo de nuevo o durante mucho tiempo. O en su defecto, apóyese en un ventilador tradicional, que gasta menos de la mitad de la energía.
No se lleve un mono para la ciudad... Y esconda los chitos.
Llegó a la selva, al Amazonas, está al lado de un mono o se encontró de frente con un ave. No les dé comida para atraerlos y tomarse una foto con algún ejemplar. Y mucho menos chitos, papas, chocolates o aquel manimoto que compró antes de viajar y lleva en el morral como mecato. Muchos de esos alimentos intoxican y dañan el metabolismo de las especies, hasta matarlas.
Pero lo más importante: si tiene la fortuna de internarse en un bosque tropical a disfrutar de su biodiversidad, no se deje tentar por el comerciante, el indígena o el guía que le ofrece un tití o un lorito de colores para que lo lleve como un souvenir. Si el loro o el mono viven en la selva, es simplemente porque ese es su hogar y no pueden vivir en la ciudad.
Además, tenga en cuenta que muchas personas que no se resistieron a la tentación y los compraron, vieron cómo al cabo del tiempo ese tierno mono, ese pájaro o la nutria que siendo un bebé parecía un dócil perro, terminaron transformados en animales agresivos, que atacaron a los niños con los que antes jugaban y que irremediablemente fueron acribillados a golpes por sus dueños como venganza.
Rechazar esta práctica tan usual es, de paso, frenar una mafia millonaria y cruel, que ataca sin piedad a 234 especies de aves, 76 de mamíferos, 27 de reptiles y 9 de anfibios colombianos, sin contar peces e insectos como los escarabajos, que a lo mejor verá en cualquier plaza de pueblo protagonizando peleas callejeras, como si fueran gallos. Otra buena práctica es denunciar, por eso llame al Tel. 426 6212 o al #157 de la Dijín y evite que el tráfico animal se nos vuelva paisaje.
Por Javier Silva
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