EL CÓNDOR RENACE...
Los emblemas patrios de países como Ecuador o Colombia se han convertido
poco a poco en el único lugar donde se puede apreciar el imponente Cóndor Andino en la zona norte de Sudamérica. Pero en el sur del continente, en las zonas menos pobladas de la Cordillera de Los Andes, estas aves tienen ahora una nueva posibilidad de recobrar su esplendor. Chile y Argentina participan en un proyecto de recuperación de la vida salvaje para fomentar la reproducción, rehabilitación y regreso de los cóndores a su hábitat natural.
El cóndor es la mayor ave voladora del mundo. Antes de la conquista española era venerado por los aborígenes de Sudamérica que lo consideraban un intermediario sagrado entre el hombre y sus dioses. El cóndor es tan emblemático en Sudamérica como lo es el águila calva en Estados Unidos o el oso con su madroño en el escudo de Madrid. En el escudo de Ecuador, el
cóndor con las alas extendidas representa poder, grandeza y orgullo.
En el de Colombia, mira a la derecha para simbolizar la legitimidad. Y en la parte superior del escudo boliviano simboliza la búsqueda del horizonte infinito del país.
“No queremos criar animales para cambiarlos por especies exóticas de otros zoos del mundo. No queremos elefantes rosados, sólo estamos tratando de salvar nuestras especies nativas de la extinción”, afirma Mauricio Fabry, veterinario y director del Zoo de Santiago de Chile. Desde el año 2000, cuando empezó el proyecto binacional, se han liberado unos cien cóndores. Las aves heridas, débiles o enfermas se llevan al zoo. Allí las pesan, miden, examina, curan y les implantan un microchip de identificación.
Eduardo Pavez, veterinario y biólogo que dirige el programa en Chile, explica que muchos polluelos de cóndor son supuestamente rescatados por la gente, pero en realidad estos “buenos samaritanos” no se dan cuenta que probablemente los cóndores adultos los vigilaban desde la altura, esperando a que se marchasen los intrusos. Algunos cóndores han resultado heridos con armas de fuego o por los cables de alta tensión que obstaculizan sus rutas de vuelo. Algunos también tienen indicios de envenenamiento.
Una vez que los cóndores se recuperan físicamente, son trasladados a un centro de rehabilitación en Talagante (Chile). Allí, los expertos estudian su conducta y destrezas físicas y sociales para determinar si están en condiciones de volver a la vida salvaje. “El contacto humano es mínimo en el centro”, explica Pavez. “Lo más importante es que necesitan identificarse con su propia especie y no con los seres humanos”.
Los mantienen en grandes jaulas con otros cóndores para que aprendan conductas sociales, como el respeto a la jerarquía y las reglas del cortejo amoroso para un apareamiento de éxito. Los cóndores más preparados son liberados en áreas especiales de vida salvaje. Otros se usan para la reproducción. Pero los cóndores se reproducen lentamente. Alcanzan la madurez sexual entre los 5 y 7 años de edad y las hembras sólo ponen un huevo cada uno o dos años.
Las aves liberadas llevan un número sobre las alas y un chip de radiofrecuencia en cada ala para poder estudiarlas. Pincoya, una cóndor hembra nacida en cautiverio, se mostraba insegura, torpe y tímida cuando fue liberada hace ya casi un año, el pasado marzo. Volaba pequeñas distancias y siempre regresaba al lugar donde había sido liberada. Algunos pensaron que habría que recapturarla, pero al final no fue necesario. El invierno pasado (cuando era verano en España), el equipo se dio a la ardua tarea de llevar alimento a Pincoya, subiendo en burro por la nieve. Pronto, la descubrieron volando 275 kilómetros al sur buscando su propio alimento.
Los cóndores tienen una envergadura de 3,2 metros y pueden pesar hasta 15 kilos. De pie, le llegan a la cintura a un hombre adulto. Cuando vuelan bajo, a menudo asustan a los pastores que cuidan el ganado en el verano en las montañas. Muchos arrieros les disparan porque creen que atacarán a animales vivos o incluso a personas. Pero los cóndores no son aves de rapiña, son carroñeras, una especie de buitre. Se alimentan casi exclusivamente de grandes mamíferos muertos o moribundos. A diferencia de las águilas y los halcones, las patas del cóndor no tienen garras para coger la presa ni la fuerza para transportar un animal muerto hasta el nido. Los cóndores pueden detectar comida a varias millas de distancia y se reúnen para compartir el banquete.
En verano, encuentran ovejas, ganado y caballos muertos en Los Andes. También recorren la costa del Pacífico en busca de focas, ballenas, delfines muertos o huevos de aves marinas. Pueden recorrer grandes extensiones en un solo día. Los animales salvajes de la zona, principalmente el guanaco (una especie de llama) y el huemul (ciervo) constituyen su dieta diaria, pero también éstos están en peligro de extinción o son cada vez más escasos. En invierno, cuando los animales de granja bajan de las montañas, los cóndores recurren a los basurales para buscar comida. Allí encuentran animales muertos –previamente envenenados- que los agricultores utilizan como señuelo para matar a depredadores como jaurías de perros salvajes, zorros o pumas.
El pasado diciembre, los cuidadores pusieron a tres cóndores en el santuario natural de Yerba Loca, a una altura de 1980 metros de altura, para desarrollar en ellos un sentimiento de territorio en altitudes mayores antes de dejarlos en libertad. El equipo que les estaba observando vio de repente cómo se acercaba a ellos un cóndor en libertad. Era Pincoya, la cóndor hembra nacida en cautividad y liberada a principios del año pasado.
Su aparición supuso un gran soplo de optimismo para el equipo, pues ella es la prueba fehaciente de que todos sus esfuerzos no están siendo en vano. Volaba “como los dioses”, recuerda Pavez, “incluso mejor, como un verdadero cóndor”.
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