Hoy está convocada una marcha en contra del proyecto minero de Santurbán. Yo estoy de acuerdo con la protesta. Ahora bien: se ha dicho ya bastante que la minería no es sostenible; que no lo puede ser por su naturaleza. Así como el desarrollo tampoco puede serlo sin modificar los patrones de producción y consumo. El concepto así llamado nos quedó mal inventado desde su origen, pero insistimos en clavarle la palabrita a cuanta actividad tenga la necesidad de ser reconocida como respetuosa del ambiente. Esto complica la discusión sobre el modelo minero, que con el nombre de locomotora avanza ya como un tren bala.
Nos dicen que el desarrollo minero es necesario para mejorar el crecimiento económico, lo cual redundaría en una mayor equidad. Está bien, entonces abandonemos la discusión de la sostenibilidad y volvamos a empezar. Si nos dicen que hay oro y otros minerales en el subsuelo, y que no debemos desaprovecharlos puesto que sacarlos de ahí nos va a servir para que seamos menos pobres, hablemos entonces de costo y beneficio.
Sabemos que meterle químicos a la Tierra es una operación que deja huella. Hablemos de la huella de la minería: ¿cuánta huella? ¿De qué tamaño?
Los amigos de la locomotora dicen que hay una forma de mitigar y compensar la huella. Algunos ambientalistas creen que no se puede.
Yo creo que tiene que haber una fórmula equilibrada. Una manera de conciliar el desarrollo con el ambiente, puesto que tan sensato parece que no podemos dejar de crecer como que no podemos contaminar el agua.
Ni capitalismo salvaje ni ecologismo sacerdotal. Lo de Santurbán no es viable por sus características específicas, pero el criterio no es aplicable a todas las minas.
Los ambientalistas de los años rabiosos pasaron de proclamar "no al PVC" a reclamar "no a la industria". Es cierto que el modelo industrial desenfrenado contribuyó a la crisis ambiental y climática actual, pero yo me atrevo a registrar aquí una tendencia que he venido observando: la de dos especies en vías de extinción: los ecologistas ortodoxos y los empresarios desalmados.
Los primeros se han empezado a extinguir por premodernos y los segundos, por no competitivos.
Algo me dice que ha llegado la hora de cambiar el lenguaje. Abandonar la discusión sobre la minería sostenible. Y empezar a hablar del modelo de desarrollo que verdaderamente nos conviene. Y acabemos por fin de organizar el Ministerio del Ambiente y el Desarrollo Sostenible.
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